sábado, 15 de noviembre de 2008


Naufragar en la ciudad me es tan usual como penoso.

Los edificios no son mas que olas que van variando su tamaño y mi temor.

Puede hacer frio o calor, grados bajo cero o rayos agobiantes.

Pero simepre llueve y suda la piedra y llora el asfalto. Sigo, no hago pie.

Ante la inmensidad de la angustia no hay sogas, ni maderos con que construir la balsa,

como no sea con pedazos del alma.

El horizonte puede estar a un metro y la tierra dejar de ser una esfera.

Se puede abolir la ley de la gravedad y tomar aire bajo el agua para ahogarse al salir a respirar.

Tirar manotazos, resistirme, patalear, flotar entre las estatuas que merodean, que deliran sus

propios naufragios.

Y el calendario deja la marca del posible dia del rescate:


El dia que me QUIERAS